domingo, 6 de noviembre de 2011

Está muy bien esto del cariño: Setenta acrílico treinta lana.

A veces uno se equivoca. Sueles no leer las novedades que salen en las librerías porque tienes miedo de que sean una estafa, y esperas que pasen unos meses para leerlas para que no sea tan reciente el entusiasmo de las críticas. Pero luego empiezas a leer reseñas entusiastas de una nueva novela escrita por una chica muy joven, que comparte el estilismo dark y es ferviente admiradora de Amelie Nothomb, y dicen que ha escrito una obra tan potente, un “debut genial”. Luego la novela gana un prestigioso premio literario en Italia, los derechos empiezan a venderse a varios países y no hay revista, blog o programa literario donde no se hable de ella. Y te decides a leerla. Compras el libro, (sí, has leído bien, lo compras, no esperas a que lo tengan en la biblioteca o que te lo deje un amigo. Vas a la librería y te gastas tus 16€ para tenerlo cuanto antes en tus manos- sí, 16 euros, la versión italiana es más económica señores!), y empiezas a leer, feliz, seguro de tener buena literatura delante de tus ojos.




Y te das cuenta demasiado tarde del error que has cometido, y que tus 16 eurillos han sido literalmente tirados a la basura.  Esta ha sido la experiencia leyendo la novela de Viola Di Grado, joven siciliana que ganó el “premio Campiello opera prima” en Italia y que ha sido recientemente publicada por la editorial Alpha Decay en España. Una experiencia decepcionante en su mayoría. (Aquí tengo que hacer un “mea culpa”: tenía que esperármelo, ya que ganar el premio Campiello Opera Prima ya no es ninguna garantía de calidad literaria, sino más bien una estrategia comercial, si pensamos que en 2008 lo ganó el soporífero Paolo Giordano con “La soledad de los números primos”).



La historia es sencilla: la joven Camelia vive en Leeds, una ciudad inglesa triste y gris, con la madre, bellísima e idealizada, y el padre, cuyo papel es el de morir junto con su amante en un incidente, al principio de la historia. La muerte del padre y el descubrimiento de su traición son las causas de la ruina tanto de Camelia como de su madre. La mujer se atrinchera detrás de un silencio obstinado y de un descuido forzado hacía todo y la hija empieza una relación enfermiza con su cuerpo y con dos hermanos chinos propietarios de una tienda de ropa. Es superfluo decir que nadie ya se ocupa de la casa, que empieza a desmoronarse como las dos mujeres y que la espiral de muerte y autodestrucción no ha hecho más que empezar. Viola di Grado busca la provocación a toda cuesta, o bien a través de un lenguaje que definiríamos aquí “experimental” para no decir repetitivo hasta la náusea, y situaciones asquerosas donde con una mezcla entre sexo, sangre y  muerte intenta forzar una reacción en el lector. Una reacción que oscila prevalentemente entre el asco y el aburrimiento. Todo aquí es triste, el cielo es triste, la gente es triste, las protagonistas son tristes, hasta el sexo es triste. Y la sensación de aburrimiento pronto deja espacio a la irritación: Camelia y la madre te caen mal, y no puedes evitar de pensar que es la enésima historia de mujeres destrozadas por el abandono de un hombre que se dejan caer (sin una razón creíble sobre todo en el caso de Camelia) en un túnel de soledad y locura, con su (previsible) entorno de suciedad y extrañezas.

Hay que reconocer que la obra de la Viola di Grado tiene sus puntos originales, por lo menos en las primeras veinte páginas el lenguaje es impactante y la trama parece prometer. Luego simplemente esperas que las protagonistas por lo menos se suiciden para acabar con una agonía tanto inútil como inexplicable. Puede que nos suene a la misma historia de siempre: cuando te hablan muy bien de algo, es muy fácil que este algo acabe decepcionándote. Lo llaman hype. Fíjense que en Italia celebraron por fin el talento de una joven con algo nuevo que decir, comparándola con la misteriosa escritora Elena Ferrante, con la cual la nuestra Viola lamentablemente solo comparte la nacionalidad italiana. Sin embargo, siendo positivos, esta chica sabe cómo utilizar el lenguaje para cautivar a un público cada vez más amplio y hay que reconocerle por lo menos este mérito, pero no otros.

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